domingo, 20 de mayo de 2012

El "involuntario" escriba borgiano. Elogio de Jorge Luis Borges


“El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges.”
Jorge Luis Borges. Nueva refutación del tiempo

Para quienes carecemos del don de la escritura excelsa, escribir es apenas balbucear palabras. Garabatos de niño hechos con letras.
Y en ese balbuceo pretendidamente original, además de las voces de nuestro alma se nos cuelan inadvertidamente o no las palabras de otros.
Un día descubrí con claridad que me resultaba imposible escribir sin intentar copiar secretamente a Borges.
Ciertas expresiones, ciertas estructuras gramaticales, algunas palabras y, fundamentalmente, similares recurrencias sobre el tiempo y la existencia.
Las caminatas por las calles desoladas del incipiente invierno siempre resultan ocasión propicia para el ejercicio del pensamiento.  Así, en mi ronda nocturna de anoche, se me impuso pensar sobre el paso del tiempo. El tiempo inexorable del río de Heráclito. El tiempo cruel que es una daga en el centro del alma. El tiempo que se consume y es la medida de mi angustia.
Y no pude sino volver a recordar el pasaje borgiano que encabeza este escrito.
 “Nueva refutación del tiempo”, acaso el texto más complejo de Borges, es un ensayo paradójico (como dijera el propio Borges, su mismo título es una especie de ironía)
Allí, con exquisitos argumentos filosóficos, el autor nos invita a intuir que el tiempo, al igual que el mundo, es una ilusión. Pero, hacia el final, nos revela que tantas disquisiciones son apenas “desesperaciones aparentes y consuelos secretos”, porque el “mundo es espantosamente real” y el desagraciadamente es Borges.
En aquella caminata sin destino, pensé también en mi imposibilidad de creer sinceramente aquello de que el tiempo sea una especie de bendición porque nos asegura el cambio. Para muchas personas el cambio es la gracia de la vida. Ser cada día distintos siendo idénticos resulta a muchos un regocijo para el alma. Porque si hay cambio, el mundo se transforma en una mágica caja de sorpresas.
En tal sentido, el viaje se transforma en la metáfora del existir. Quisiéramos ser permanentes viajeros, tanto del mundo como de la vida. Qué cada instante sea único, distinto, irrepetible. Que la vida sea una permanente aventura.
Pero el problema (vaya novedad!) es que la existencia en viaje implica una especie de muerte para cada momento que, como las aguas del río de Heráclito, ya no volverá. Nuestro consuelo es que esos momentos, aunque mueran como realidad, se eternicen como memoria. Tendríamos así la fortuna de habitar el presente plenamente renovado mientras conservamos viva la historia de quienes fuimos. ¿Acaso podríamos aspirar a algo más perfecto?
Entonces recordé aquellas actitudes contrapuestas de Giordano Bruno y Pascal que la exquisita pluma de Borges describe en “La esfera de Pascal”: para Bruno, la infinitud del universo fue un motivo de regocijo cósmico; para Pascal, de profunda angustia y soledad existencial.
Es irreversible. El tiempo seguirá transcurriendo. Los presentes fugaces se irán transmutando en memoria u olvido. Y esas memorias se converirán en los vestigios fantasmales de lo que alguna fue esplendor. 
A mí, como a Pascal, esa idea no me da paz.
En un maravilloso poema, Borges nos revela que Buenos Aires ya está dentro de él, porque: “(…) la ciudad, ahora, es como un plano de mis humillaciones y fracasos; desde esa puerta he visto los ocasos y ante ese mármol he aguardado en vano.”
Mientras transito por noches que anticipan inviernos desolados, me sobreviene la fantasmagoría de los recuerdos, donde se yuxtaponen la dicha y el dolor. Pienso que ese Buenos Aires que lo habitaba a Borges quizás sea un símbolo de la persistencia de la memoria.
Memoria que, como estelas de las huellas del tiempo, son la prueba de hierro de su existencia. Memoria que puede albergar ángeles o demonios.
Mientras el tiempo pasa y deja su marca, podemos ser como Giordano Bruno o como Pascal. O una mezcla de ambos.
Y mientras el tiempo pasa, en esta noche fría, la caja de sorpresas de la vida me hace ilusionar sobre aquello de que el tiempo quizás no exista. Quizás el espíritu de Borges esté  entonces vivo en los laberintos de mi mente; tanto como aquel Buenos Aires que a él  lo habitaba.
Seguramente tal ilusión hubiera merecido su descrédito, pero para mí es la mejor manera de rendir mi justo homenaje a Jorge Luis Borges.

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