Nunca pudo saberse bien.
Ni interesa saber por qué no pudo saberse.
Ciertamente, Juan era un suicida en potencia.
El 29 de enero había escrito:
De pronto la vida se me fue transformando en un infierno. En un terrible infierno.
Este infierno en el que me debato. Infierno entre la soledad y el vacío. Desierto de extrañezas.
La vida puede sorprendernos con heridas nuevas. Heridas nuevas desgarrándose sobre las antiguas. El alma duele y no podemos calmar ese insondable dolor.
El tema del suicidio sobrevuela mi cabeza y lentamente me va tomando la mente. Creo que es la mejor solución, o la única, para finalizar con tanto dolor.
Estoy quebrado. Deberé tirarme de un piso alto. Para despedazarme del todo. Como a mis sueños. Como a mis recuerdos voraces asesinos.
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