viernes, 9 de marzo de 2012

El río y el amor

Eran tan jóvenes como hermosos.
El cielo del amor los había tocado con su gracia.
Se encontraron aquella tarde de sol en el puente que daba al río para repetir el antiguo ritual de los enamorados.
Sus rostros eran luminosos, acordes al sentimiento que los impulsaba.
Se miraron con infinita ternura.
Se besaron en silencio con suavidad, con los ojos cerrados.
Él, con sus propias manos, había grabado los tres anillos.
Los anillos tenían grabadas sus iniciales y la fecha.
Cada uno colocó el anillo al otro.
Luego dejaron caer las gotas de sangre sobre el ramillete de flores que llevaba ella.
Antes de arrojarlo al río, el tercero anillo coronó el ramillete, al que quedó engarzado.
El ramillete se fue perdiendo con la corriente, hasta que desapareció a lo lejos.
Ellos se fueron caminando despacio.
Él la tomaba del hombro, ella de la cintura.
Tal vez se vieron dos o tres veces más.
Los ríos de la vida los fueron consumiendo, como al anónimo ramillete.
Años después, él volvió al lugar testigo de aquella magia.
La vegetación había cubierto los pilares del puente. Pero la vista era la misma.
Durante un silencio eterno, contempló el deslizarse del agua.
Forzó su imaginación para ver la imagen de ella sobre la pantalla del río. Pero apenas pudo recobrar un contorno vago. En cambio, el deslizar del ramillete se le apreció en toda su vividez, como si el tiempo no hubiera pasado.
Nunca supo que ella también había regresado hace años.
En el lecho del río yace un anillo oxidado con las iniciales y la fecha.
Mientras, el río sigue su rito incesante.
Rito impiadoso para los corazones enamorados.

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