Textos y poemas escritos por Federico González - Ideas, reflexiones, análisis, dilemas, paradojas, recuerdos y confesiones.
sábado, 10 de marzo de 2012
Los muros de la mente y la ilusión de transponerlos
Hay un sentido en que las mentes de los otros nos resultan per se inescrutables. En efecto, nadie ha emprendido el imposible viaje mental a la mente de otra persona.
Lo que sabemos de los otros se apoya en conjeturas basadas en evidencias fragmentarias, aunque nos permitan imaginar en qué estados anímicos hallan su origen. Así, los movimientos, las expresiones y las palabras son las señales tangibles de las que nos valemos para conjeturar sobre los estados mentales intangibles.
Pero además de esos límites fácticos que determinan que nuestra vida conciente sea fundamentalmente un universo privado, existen aquellos límites determinados por nuestra propia voluntad.
Sucede que nuestra relación con los otros se desarrolla en el marco de una tensión permanente entre nuestros deseos de mostrarnos y de ocultarnos.
De tal modo, el vínculo con los otros siempre resulta una síntesis entre las puertas que abrimos y las que cerramos.
Puertas, ventanas, muros y puentes intangibles constituyen metáforas alusivas a nuestra relación con los otros.
Puertas y ventanas transmiten la idea de nuestra libertad para intentar mostrarnos u ocultarnos.
En cambio la metáfora del muro alude más bien a una barrera de carácter más permanente que interponemos, quizás, más allá de nuestra voluntad. La célebre obra “The Wall” de Pink Floyd ilustra claramente las penosas vicisitudes del alma que va amurallándose paso a paso.
El paulatino proceso de construir un muro a partir de colocar ladrillo por ladrillo en una virtual pared, contribuye al dramatismo de la historia.
La historia de “The Wall” nos recuerda una de las más angustiosas experiencias existenciales: la de encerrarnos en nuestro propio mundo.
En contraposición, la metáfora del puente nos acerca la esperanza de que el encuentro con el otro resulte posible, aún más allá de las murallas.
La estructura de un universo que no creamos determinó nuestro peculiar modo de ser: almas encarnadas en cuerpos que no se revelarán en plenitud ante los otros: el misterio de quienes son los otros, consubstancial al misterio de quienes seremos para ellos.
Nos concedió también la posibilidad de abrirnos o cerrarnos, de elaborar muros e intentar derribarlos.
Pero también nos concedió la ilusión o la esperanza de forjar puentes inasibles que nos permitan tocarnos en las almas, para poder —en venturosos momentos— ser uno en el corazón de otro.
Quizás al fin y al cabo, la vida sea un perpetuo y oscilante tránsito entre la soledad y el encuentro, entre los muros y los puentes, entre ventanas que se abren y puertas que se cierran.
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